Севильский озорник, или Каменный гость - страница 6
al Almendral, a Mértola, y Herrera
entre Castilla y Portugal.
Rey
Al punto
se firman los conciertos, don Gonzalo;
mas decidme primero cómo ha ido
en el camino, que vendréis cansado,
y alcanzado también.
Gonzalo
Para serviros,
nunca, señor, me canso.
Rey
¿Es buena tierra
Lisboa?
Gonzalo
La mayor ciudad de España.
Y si mandas que diga lo que he visto
de lo exterior y célebre, en un punto
en tu presencia te podré un retrato.
Rey
Gustaré de oíllo. Dadme silla.
Gonzalo
Es Lisboa una octava maravilla.
De las entrañas de España,
que son las tierras de Cuenca,
nace el caudaloso Tajo,
que media España atraviesa.
Entra en el mar Oceano,
en las sagradas riberas
de esta ciudad por la parte
del sur; mas antes que pierda
su curso y su claro nombre
hace un cuarto entre dos sierras
donde están de todo el orbe
barcas, naves, caravelas.
Hay galeras y saetías,
tantas que desde la tierra
para una gran ciudad
adonde Neptuno reina.
A la parte del poniente,
guardan del puerto dos fuerzas,
de Cascaes y Sangián,
las más fuertes de la tierra.
Está de esta gran ciudad,
poco más de media legua,
Belén, convento del santo
conocido por la piedra
y por el león de guarda,
donde los reyes y reinas,
católicos y cristianos,
tienen sus casa perpetuas.
Luego esta máquina insigne,
desde Alcántara comienza
una gran legua a tenderse
al convento de Jabregas.
En medio está el valle hermoso
coronado de tres cuestas,
que quedara corto Apeles
cuando pintarlas quisiera,
porque miradas de lejos
parecen piñas de perlas,
que están pendientes del cielo,
en cuya grandeza inmensa
se ven diez Romas cifradas
en conventos y en iglesias,
en edificios y calles,
en solares y encomiendas,
en las letras y en las armas,
en la justicia tan recta,
y en una Misericordia,
que está honrando su ribera,
y pudiera honrar a España,
y aun enseñar a tenerla.
Y en lo que yo más alabo
de esta máquina soberbia,
es que del mismo castillo,
en distancia de seis leguas,
se ven sesenta lugares
que llega el mar a sus puertas,
uno de los cuales es
el Convento de Olivelas,
en el cual vi por mis ojos
seiscientas y treinta celdas,
y entre monjas y beatas,
pasan de mil y doscientas.
Tiene desde allí a Lisboa,
en distancia muy pequeña,
mil y ciento y treinta quintas,
que en nuestra provincia Bética
llaman cortijos, y todas
con sus huertos y alamedas.
En medio de la ciudad
hay una plaza soberbia,
que se llama del Ruzio,
grande, hermosa, y bien dispuesta,
que habrá cien años y aun más
que el mar bañaba su arena,
y agora de ella a la mar,
hay treinta mil casas hechas,
que perdiendo el mar su curso,
se tendió a partes diversas.
Tiene una calle que llaman
Rúa Nova, o calle nueva,
donde se cifra el oriente
en grandezas y riquezas,
tanto que el rey me contó
que hay un mercader en ella,
que por no poder contarlo,
mide el dinero a fanegas.
El terrero, donde tiene
Portugal su casa regia
tiene infinitos navíos,
varados siempre en la tierra,
de solo cebada y trigo,
de Francia y Ingalaterra.
Pues, el palacio real,
que el Tajo sus manos besa,
es edificio de Ulises,
que basta para grandeza,
de quien toma la ciudad
nombre en la latina lengua,
llamándose Ulisibona,
cuyas armas son la esfera,
por pedestal de las llagas,
que, en la batalla sangrienta,
al rey don Alfonso Enríquez
dio la majestad inmensa.
Tiene en su gran Tarazana
diversas naves, y entre ellas
las naves de la conquista,
tan grandes, que de la tierra
miradas, juzgan los hombres
que tocan en las estrellas.
Y lo que de esta ciudad
te cuento por excelencia,
es, que estando sus vecinos
comiendo, desde las mesas,
ven los copos del pescado
que junto a sus puertas pescan
que, bullendo entre las redes,
vienen a entrarse por ellas.
Y sobre todo el llegar
cada tarde a su ribera
más de mil barcos cargados
de mercancías diversas,
y de sustento ordinario,
pan, aceite, vino y leña,
frutas de infinita suerte,
nieve de sierra de Estrella,
que por las calles a gritos,
puesta sobre las cabezas,
la venden; mas, ¿qué me canso?
porque es contar las estrellas,
querer contar una parte
de la ciudad opulenta.
Ciento y treinta mil vecinos
tiene, gran señor, por cuenta,
y por no cansarte más,
un rey que tus manos besa.
Rey
Más estimo, don Gonzalo,
escuchar de vuestra lengua